Muérete de una vez. Deja de llenar ese pobre cenicero. Al tope de cenizas, pide un descanso. Despiertas a medianoche con un poco de jaqueca, a los segundos te das cuenta de que es parte de la resaca. Tratas de recordar, ligando los dedos, si dijiste alguna imprudencia. Si lastimaste a alguien. Si puteaste al mundo una vez más. Ya no es divertido. Perdió la gracia cuando se volvió parte de la rutina.Te dices que es culpa de la tristeza. Que no es un problema, sólo una forma de lidiar con esas olas de depresión que van y vienen cuando ya no tienes nada que hacer, cuando se acaba el trabajo, cuando no pasan nada bueno en televisión, cuando desaparecen los amigos y no te queda más remedio que pensar, que recorrer nuevamente cada recoveco de miseria que empaña tu vida.Muérete de una vez… o busca un pasatiempo.Hace unos años te entretenías escribiendo. La mayoría de la gente apreciaba tus textos, te decían que eras bueno, te daban una palmada en la espalda como diciendo “sigue adelante muchacho”. Las historias te salían con soberana fluidez, casi sin pensarlas, tecleando desesperadamente sin analizarlo mucho. Y luego, al salir del trance, descubrías un cuento. Un cuento bien hecho, bien escrito, con estructura y ritmo. Tenías una voz entre los dedos que vivía por sí misma, sin pedirte permiso.Un buen día, cesó el teclear inagotable. Silencio. Pereza. Mucha televisión. Programas basura que te iban convirtiendo, poco a poco, en un completo adicto a la chatarra. Y luego, la parranda de amigos borrachos que te convencieron de que eras más divertido con un poco de alcohol. Que te convertías en el alma de la fiesta y todos se morían por estar contigo. Era más fácil. Un poco de plata, un bar con buena música, un par de llamadas telefónicas haciendo la convocatoria y nada más. A desahogar los demonios. Los amigos se iban borrando de la lista mientras pasaba el tiempo. Ellos sí sabían cómo continuar con sus vidas. Quemar etapas y pa´lante. Trabajo, casa, familia. Como debería ser. Pinta las paredes de blanco y cómprate un perro. Ten un hijo. Ahorra para cambiar el carro y pasar los fines de semana en la playa.La mesa quedó vacía. Pero ya eras cliente asiduo y los dueños del bar te adoptaron. Cómo dejar ir a su venta segura de los viernes. Y te sentiste en casa. Qué gran mentira.Los ex compañeros de la borrachera te miran ahora con lástima. El que se quedó pegado en los días de farra. El que no puede enfrentar la vida socializando, avanzando, evolucionando. Y cuando volviste la mirada, te viste encerrado en tu cuarto, pegado a la tele y al internet, con el teléfono encendido pero sin sonar, lidiando con la mirada rencorosa de tu familia, esa familia que te trata ahora como un maldito hijo de puta, como un dolor de cabeza, como una piedra en el zapato o un grano en el culo. Como diciendo ¿cuándo te piensas largar de esta casa?Y es que te gustaría largarte. Largarte de una vez. Largarte hacia un lugar cualquiera, donde fueras un completo desconocido, donde pudieras reencontrarte con las historias y ponerte otra vez a escribir. Retomar el ritmo para que deje de ser cuesta arriba, para que vuelva a fluir naturalmente, como ir al baño o comerte una hamburguesa. Vete a una isla donde no exista la tecnología, donde no puedas conversar con medio mundo a través de la pantalla de una portátil, donde no puedas bajar música gratis. Donde no existan las series de televisión o los realities, los talk shows, los videos de MTV. Aíslate de la virtualidad de un mundo que dejó de ser mundo para convertirse en un reflejo empañado, desenfocado. Aíslate de ese ser en el que te has convertido durante los últimos años. Reinvéntate o muérete de una vez. Deja a un lado esa imagen de animalito triste, sin dueño, recorriendo las calles en busca de refugio. Ya no es divertido. Ya no te toman en serio. Ya no te prestan atención. Ahora las soledades te las tragas en soledad. Ya no están los hombros dispuestos a recibirte, ni las palabras de aliento o los reencuentros para subirte el ánimo. Los demás rearmaron sus vidas encontrando una manera más útil de invertir su tiempo. Y tú ahí, colgado del cuello, usando a la nostalgia como soga, sintiendo pena por ti mismo.Sabes bien lo que pasó. Perdiste el control sobre los demonios. Ellos se apoderaron de ti, ahora deciden por ti, ahora arman tu agenda. Recuerda cuando fuiste al cine la otra noche. Recordaste lo entretenido que era. Hace tiempo no dejabas de ir, arrancabas la cartelera de la semana entre las páginas del periódico e ibas tachando, una a una, cada película que veías. Llenabas de equis hechas a marcador toda la página. Era un buen pasatiempo. Y hoy tenías toda la intención de ir, sumergirte en una doble sesión cinematográfica para tratar de ponerte al día. Pero los demonios hablaron por ti. Hoy no. Hoy te quedas encerrado en tu búnker, con esa patética carátula que llevas por rostro. Un par de botellas vacías, el cenicero rebosado y a dormir. Estás triste. Lo lamentamos mucho señor. Pero échese a un lado. No nos llame, nosotros lo llamaremos. Gracias, la gerencia. Has engordado tanto a esa tristeza que estorba en los pasillos ¿Y qué ganas con eso? Buena pregunta.Ponte a leer, a escribir, a tomar fotos. Aprende a tocar guitarra o compón canciones. Invéntate un guión o conviértete en deportista. Métete en un gimnasio. Aprende a tejer. Haz lo que quieras, pero haz algo. Desempolva los deseos, las metas que alguna vez tuviste y ponte en marcha.La tristeza te ha convertido en un completo vago. Así que sal de esa cama o muérete de una vez.
Domingo, 18 de enero de 2009
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